viernes, 4 de diciembre de 2015

Abengoa

Esta semana escribo desde Asturias. La siderurgia en estos valles donde don Pelayo inició la insurrección cristiana contra la religión de Alá, sigue siendo poderosa. Tengo la impresión (muy corroborada en España, no así en otros países) de que las mejores empresas no son posiblemente las grandes, sino las medianas. Conozco muy buenos empresarios asturianos, nadando en la abundancia, que pueden impartir inopinadas lecciones de negocios sin necesidad de aparecer en el Ibex. Y no solo de aquí, pero estos días me toca predicar desde Covadonga…

No acabamos de zafarnos de los aherrojamientos de la crisis, de llenar los pulmones del aire fresco de la liberación de los tiempos recientes, cuando, como un mazazo, desde la otra punta de la península, la de rubicunda herencia árabe que una vez albergase el califato más deslumbrante y avanzado de los tiempos del Medievo, una noticia anuncia que el imperio Abengoa se ha desplomado llevándose por delante un número de víctimas aún por determinar. Las grandes empresas caen siempre haciendo mucho ruido. Y demasiado daño.

Por supuesto, la inevitable serie de incuestionables: uno, que en su consejo de administración (esos lugares donde el dinero te cae al bolsillo por el simple hecho de haber sido designado tal, sin necesidad de obligación alguna) se han sentado políticos afines al PP y al PSOE (si hubiese un tercero en la ruleta añadiríamos otra sigla más al contubernio) porque el negocio comercial se sustenta en las volubles alas del boletín oficial y en los favoritismos ideológicos; dos, que las cuentas las ha auditado otro gigante, pero de las auditorías (pobres de estas empresas hercúleas si fuera un simple David quien mirase con lupa sus números y finanzas); tres, que posee una plantilla de magníficos ingenieros y técnicos que, sinceramente, ni merecen lo que les está pasando ahora, ni tampoco la zafia política de recursos humanos con que siempre se distinguió a este imperio quebrado.

Felipe Benjumea, hijo del fundador, fue expulsado de su empresa por la banca no hace tantos meses y se llevó una indemnización de 11 millones de lereles (recuerden Volkswagen). Por las calles de Híspalis, la presidenta agoniza buscando que salven la empresa (recuerden Pescanova). En el sector, las devoluciones de pagarés comenzaron hace un par de meses (ya se rumiaba algo). Las agencias sabían lo que se venía cociendo. En definitiva: Abengoa. una nueva palabra maldita que otrora ocupase el empíreo.