Queco hoy cumple once años y, como regalo, su madre le va
a llevar esta noche al estreno de la última película de Star Wars. Pueden
imaginar la emoción que sentirá cuando lo sepa, porque de momento no sabe nada.
Lleva unos cuantos días hablando de ello, tácitamente nos solicita a uno de los
dos que compremos las entradas, pero en esta ocasión yo me he hecho el sueco
para no chafar la sorpresa que quiere depararle su madre. En buena medida, ver
y disfrutar de su entusiasmo me recuerda al día en que mi padre nos llevó a ver
a mis hermanos y a mí "La Guerra de
las Galaxias".
Esa película siempre fue mágica para mí. Yo era muy niño
y todo lo que veía en la pantalla, desde la estupenda fanfarria musical, las
letras inclinadas flotando por el espacio, las naves espaciales, los sables
láser, los malos enmascarados y los robotijos parlanchines, me parecían más
perfectos que mis propios sueños. Yo siempre fui Luke Skywalker y, como él,
sufría ante la puesta de sol de la estrella binaria de Tattoine mi aislamiento
en un remoto planeta, lejos de la Rebelión que luchaba contra el maléfico
Imperio. Por supuesto, luego vendría un maestro sabio y anciano, una princesa
encantadora, una herocidad fortuita junto a un contrabandista encantador: en
definitiva, una aventura maravillosa. ¿Qué más podría tener un niño como yo
para descubrir que la magia puede hacerse realidad siempre que alguien se
empeñe en contar magistralmente nuestros sueños en una gran pantalla de cine?
No ha vuelto a haber película como aquella. Las
posteriores entregas, alguna de ellas magistral, carecieron del espíritu
aventurero y candoroso de la original. El resto de filmes, sencillamente
deplorables, no fueron sino parte de la gran maquinaria del dinero. Como la que
hoy se estrena, supongo. Aunque la doy por buena cada vez que veo la carita de
felicidad del enano, su nerviosismo entusiasta y sus ojos gozosísimos ante los
carteles que anuncian el filme. E incluso porque me veo a mí mismo igualmente
emocionado con rememorar los días previos en Zaragoza del estreno de La Guerra
de las Galaxias y las colas de aquel día que daban varias vueltas a la manzana
del cine.
Da igual lo que sea esta nueva película. Seguramente ha
habido demasiado ruido y sigo prefiriendo el título en castellano. Pero ante
todo, lo que espero de ella es regresar a mi niñez y sentir asombro y una
extraña sensación interior de que, en efecto, soy el héroe de una galaxia muy
lejana.