viernes, 18 de diciembre de 2015

Guerras galácticas

Queco hoy cumple once años y, como regalo, su madre le va a llevar esta noche al estreno de la última película de Star Wars. Pueden imaginar la emoción que sentirá cuando lo sepa, porque de momento no sabe nada. Lleva unos cuantos días hablando de ello, tácitamente nos solicita a uno de los dos que compremos las entradas, pero en esta ocasión yo me he hecho el sueco para no chafar la sorpresa que quiere depararle su madre. En buena medida, ver y disfrutar de su entusiasmo me recuerda al día en que mi padre nos llevó a ver a mis hermanos y a mí  "La Guerra de las Galaxias".
Esa película siempre fue mágica para mí. Yo era muy niño y todo lo que veía en la pantalla, desde la estupenda fanfarria musical, las letras inclinadas flotando por el espacio, las naves espaciales, los sables láser, los malos enmascarados y los robotijos parlanchines, me parecían más perfectos que mis propios sueños. Yo siempre fui Luke Skywalker y, como él, sufría ante la puesta de sol de la estrella binaria de Tattoine mi aislamiento en un remoto planeta, lejos de la Rebelión que luchaba contra el maléfico Imperio. Por supuesto, luego vendría un maestro sabio y anciano, una princesa encantadora, una herocidad fortuita junto a un contrabandista encantador: en definitiva, una aventura maravillosa. ¿Qué más podría tener un niño como yo para descubrir que la magia puede hacerse realidad siempre que alguien se empeñe en contar magistralmente nuestros sueños en una gran pantalla de cine?
No ha vuelto a haber película como aquella. Las posteriores entregas, alguna de ellas magistral, carecieron del espíritu aventurero y candoroso de la original. El resto de filmes, sencillamente deplorables, no fueron sino parte de la gran maquinaria del dinero. Como la que hoy se estrena, supongo. Aunque la doy por buena cada vez que veo la carita de felicidad del enano, su nerviosismo entusiasta y sus ojos gozosísimos ante los carteles que anuncian el filme. E incluso porque me veo a mí mismo igualmente emocionado con rememorar los días previos en Zaragoza del estreno de La Guerra de las Galaxias y las colas de aquel día que daban varias vueltas a la manzana del cine.
Da igual lo que sea esta nueva película. Seguramente ha habido demasiado ruido y sigo prefiriendo el título en castellano. Pero ante todo, lo que espero de ella es regresar a mi niñez y sentir asombro y una extraña sensación interior de que, en efecto, soy el héroe de una galaxia muy lejana.