viernes, 4 de marzo de 2016

La ecpirosis de Umberto

A muchos críticos que alguna vez han opinado sobre la producción literaria del gran Umberto Eco, la única obra que les ha gustado de verdad ha sido "El nombre de la rosa". Imagino que la mezcla de aventuras detectivescas, siempre efectiva, y de portentosa erudición rindió a crítica y público a partes iguales. A mí también. Años más tarde, otro grande, Salman Rushdie, destrozó, literalmente, su aura de escritor genial: Eco había parido un segundo best-seller tan esotérico como infumable. Qué le podía importar al piamontés, pudo vivir de réditos por el resto de su vida. Treinta años más tarde, con “El cementerio de Praga”, hice yo las paces con el genial semiólogo. 

Hoy, un par de semanas después de su muerte, todavía algunos lenguaraces críticos deploran que no se le concediese el Premio Nobel de Literatura, como si a él ese premio le hubiese importado un carajo a lo largo de su dilatada vida. Es lo que tiene hacer caso omiso a la salmodia que se esparce sobre la necesidad de disponer de un premio de renombre, de tiradas millonarias, de una calificación como autor terrible. Traigo esto a colación porque hace también un par de semanas hablé de algunos libros como último recurso que tenemos muchos lectores para satisfacer nuestra avidez de literatura de calidad en contra del universal empeño editorial por incrustarnos colosales bobadas como si fuesen verdad revelada. No miro a nadie, pero casi les estoy mirando a todos. A Eco no. 

En estos tiempos de Facebook y Wikipedia, tiempos en los que resulta fácil citar a un autor y pretender con ello pasar por erudito o lector inquieto (yo lo soy, pero iracundo), muchos recuerdan la opinión que mantenía Umberto Eco sobre los foros y plataformas de Internet. Para él, la red estaba poblada de legiones de estúpidos que manifiestan su opinión como años antes la manifestaban los paisanos, ebrios en los bares tras trasegar buenos chatos de vino (ahora chatear es otra cosa). Millones de imbéciles, decía. Podrán suspirar tranquilos. No conozco a muchos otros que hablen tan alto y claro como lo hacía Eco. Es lo que tiene decir lo que se piensa sin atender a ningún criterio de los ahora denominados políticamente correctos. 

En fin. Que Umberto Eco se nos ha marchado. Y con él, su ingenio, cultura, versatilidad y acidez, porque el italiano ha sido uno de esos imponentes cerebros que sirven para orientar pedagógicamente a unas masas que jamás se ven reflejadas en aquello que dicen admirar