viernes, 13 de mayo de 2016

El país de las maravillas

(Redacción original del artículo)
En un edificio de Tres Cantos, Madrid, habita un señor que piensa de sí mismo que manda mucho (no me refiero a mandar a los empleados) y es muy rico. Fue un (buen) periodista. Ahora es otra cosa. Dirige un grupo empresarial cuyo periódico matutino es toda una insignia en esto de la prensa escrita. En realidad, no diría yo que 3.000 millones de deuda sea dirigir con buen tino algo, pero dejémoslo ahí, que no es mi problema sino de sus inversores. Recientemente al susodicho le han descubierto una vía de agua tropical con canal entre dos mares y está que se sale desde entonces. Da igual su deambular por la transición, su potestad sobre gobiernos, su dominio de la opinión pública, su descomunal influencia en casi todo: está muy cabreado por un asunto que, bien visto, ya no causa sorpresa. A lo mejor, lo que le molesta es justamente eso: no descollar también en estos asuntos.
Lo de este señor y tantos otros es buen resumen de lo que es este país. Corrupción apabullante, desvergüenza de las sedicentes elites, política de medio pelo, intereses creados con ramificaciones interminables, pasión por hacerse rico de cualquier modo y alejarse así de la chusma (en contraposición a hacerse rico haciendo bien las cosas)... En resumidas cuentas: capitalismo de amiguetes, que diría el otro. O a pillar, que diría el castizo. Aunque se arruinen todos, aunque se despida a todos, aunque se malogre 40 años de buena historia, aunque se vaya todo por el sumidero abajo. Lo lamentable es que con un poco más de apego a los valores originales, que asumo que una vez tuvieron, y con un poco menos de avaricia y chulería, este ricachón con poder y todos los demás que como él han sido o están siendo, hubieran podido seguir construyendo un país moderno y sólido, donde sentirse a gusto como ciudadano. Y ha ocurrido justo lo contrario a causa de todos estos andobas…
No sé si les pasa a ustedes lo mismo. Pero menda, cuando echa un vistazo a la portada de El País, siente una lástima infinita, porque ve el cuerpo moribundo de un periodismo que siempre hizo vibrar, aunque no se estuviese totalmente de acuerdo con las consignas. El resto del imperio me da lo mismo. Ni veo la tele, ni leo prensa deportiva y la radio que más sintonizo es Radio Clásica. Pero lo de El País hace que uno reniegue aún más de la soberbia y la puta avaricia de todos estos que no acaban de jubilarse de una vez por todas de lo que han venido jodiendo desde hace lo menos 20 años

(Redacción finalmente publicada en DV)
En Madrid hay mucha gente que piensa de sí misma que son semidioses con mucho poder en las manos. Se congratulan cada mañana de lo ricos que son y algunos de ellos lo son tanto que la línea sutil que separa su riqueza inmensa en el tiempo (el antes y después) se mide en regueros de parados, frustrados, humillados y vencidos. Ya lo dijo el otro, los consideramos muy listos cuando, en realidad, lo que tienen es poder, no inteligencia. Recientemente, a algunos de estos mandamases les están abriendo vías de agua tropical desde un canal entre dos mares, y ustedes ya saben a qué me refiero. Por eso mismo ahora se encuentran muy cabreados, porque la riqueza y el poder requieren dosis masivas de discreción, cloacas, sillones, cenas, yates y billetes donde ese canal, no titulares descollantes.
Lo de estos señores, y tantos otros lejos de la capital, que las buenas habas en todas partes se encuentran, es digno resumen de lo que es este país. Corrupción apabullante, desvergüenza de las sedicentes elites, política de medio pelo, intereses con ramificaciones interminables, pasión por hacerse rico de cualquier modo (es decir, lo antes posible), distanciamiento de “la chusma” (con independencia de la ideología, claro). En resumidas cuentas: capitalismo de amiguetes, que diría el otro. O a pillar, que diría el castizo. Aunque se arruine todo, aunque se malogre lo urdido cuando el dictador estiró la pata, aunque se vaya todo por el sumidero abajo. Lo lamentable es que con un poco más de apego a los valores originales, que asumo que una vez tuvieron, y un poco menos de avaricia y chulería, estos ricachones indecentes que en este país han sido o lo están siendo, habrían podido construir una nación moderna y sólida donde nosotros sentirnos a gusto como ciudadanos y ellos seguir teniendo mucho dinero. Justo lo contrario… para nosotros.
No sé si les pasa lo mismo. Pero menda, cuando echa un vistazo a las portadas de los diarios, siente una lástima infinita porque ve en ellas el cuerpo moribundo de un empeño modernizador que en su momento hizo vibrar a todos. Ahora parece que todo lo vibrante se reduce al fútbol y las series de TV. Y ya saben ustedes que ni veo la tele, ni leo prensa deportiva y sintonizo música clásica. Pero lo de este país hace que uno reniegue aún más (si se puede) de la soberbia y la puta avaricia de todos estos que no acaban de jubilarse nunca, tanto como vienen jodiendo desde hace lo menos 20 años. Y aún querrán más.