viernes, 20 de mayo de 2016

En busca del agua

De las primeras frases que me dijeron nada más llegar a Donosti, hace ya muchos años: en Guipúzcoa nunca falta el agua. Todo el mundo sabe que en Euskadi, Asturias o Galicia llueve mucho. La lluvia en estas regiones que algunos asemejan a Shangri-La (iba a escribir Mordor, ejem) carece de mérito. Siempre verdes, lo meritorio es el sol: cuando sale, convierte lo consuetudinario en un milagro de finura exquisita. Los días de sol en el norte son como una convalecencia: delicados y repletos de sensibilidad.

La península ha vivido un invierno muy seco, pero la primavera ha regado con abundancia la zona centro con un agua que retrasa la fecundidad de los campos. Por ejemplo, Madrid tiene los embalses a rebosar y en mi pueblo airean constantemente los surcos, de anegados como se encuentran. En cambio, en Murcia, donde me encuentro hoy, los tormos siguen deshidratados. Bromeo con mis interlocutores mono provinciales: el día que corra el agua por vuestras cunetas perderéis todo el encanto. En Murcia ríen sanamente de su escasez: mientras fluya agua trasvasada, la dicha permanecerá inalterable.

Leo con frecuencia que el agua será la principal fuente de conflicto en el mundo en los años venideros. Tanto es así que muchos gestores de fondos (de esos que ganan millones cuando los demás sufren)  invierten en agua. Porque el agua provocará guerras. Destrucción. El agua, dadora de vida, será la excusa perfecta para que el mundo conciba razones innovadoras por las que matarse. O zaherirse. O sacar tajada, que diría mi abuela. No han pasado tantos años desde que la política hídrica de España generó páginas de insensateces en los estatutos autonómicos, las caceroladas y los medios impresos. Algunos aún persisten en los libros de texto, como vindicar el carácter autóctonamente vasco del Ebro o castizamente madrileño del Tajo, aprovechando que riegan respectivamente unos pocos kilómetros lineales de sus geografías. Pronto tendremos que delimitar el riego de la lluvia y la línea trazada por los neveros: de aquí para allá es mía, tú quédate con eso otro.

La gestión de los recursos hídricos es complicada. Y lo es porque las decisiones políticas casi nunca vienen acompañadas de opiniones expertas. Por ejemplo, en este año nuevamente electoral, ¿han escuchado ustedes a los variados líderes de la cosa pública plantear alguna propuesta que no sea la consabida retahíla de frases vacías y sin contenido? Claro que no. El agua se bebe y no da votos.