Cada vez que hablo de la educación termino enfadando a
muchos maestros. Claro que el enfado es mutuo. Antaño daba risa que a uno lo
reprendiesen echando mano del enroque sectario, ese que establece que de un
tema solo pueden hablar los dizque especialistas, y daba risa porque parecía
convenido que los conocimientos y la cultura asientan las bases de una mejor
ciudadanía. Pero desde que, hogaño, alguien inventó que eso de saber mucho está
sobrevalorado y que la enseñanza es adquirir herramientas aunque no se sepa de
nada, vivimos en esta piel de toro con maestros que van olvidando y alumnos que
no se enteran. Como dijo el otro, hay consenso sobre lo meritorio que resulta un
aprobado general.
Supongo que hay que ser consejero de educación o ministro
del ramo para comprender por qué es mejor haber transferido la educación a las
autonomías. Imagino que para alcanzar esa clarividencia hay que admitir que la homogeneidad
del sistema educativo es un concepto a medio camino entre el fascismo y el
apartheid. Me consta que muchos educadores entienden que no, que la situación
es caótica y, lejos de resolver nada, solo sirve para llenar páginas de
palabrería común y henchir el pecho a quienes ocupan su puesto en el
departamento del mencionado preboste. Como en tantas otras situaciones de
políticos que lo ocupan todo (digo yo que acabarán echándonos al mar para mejor
caber ellos), lo de hacer las cosas de forma distinta es batalla perdida y
anacronismo sentimental, ambos al tiempo.
El lenguaje de las CCAA es rico en perífrasis y por eso
aluden a la desvertebración educativa como sinónimo de evolución, cohesión e identidad.
Y por eso sus textos son tan pedagógicos como vacíos y, por no tener, ni
siquiera contienen conocimientos. Podría resultar apasionante porfiar si eso es
la excelencia, que a los alumnos no se les induzca a aprender porque las
teorías modernas dicen que lo aprenden todo por su cuenta. Pero es porfía
inútil esa molienda: bastante tenemos con intentar convencer a los críos (y a
muchos profesores) de que aprender alguna cosilla tiene cierta utilidad.
En fin. Vuelta la burra al trigo. Con lo sencillo que
sería fagocitar cual ameba la situación, sin más zarandajas ni ralladuras. Total,
hay más cultura y saber fuera de las escuelas que dentro y los interesados siempre
la encontrarán por mucho que se les niegue. Eso dice mi madre, que hizo varias
reválidas, aunque si lo pienso bien, quizá lo diga justamente por eso.