Hace unos días celebró Queco en el colegio la fiesta de
graduación de Primaria (obligado es emular a las instituciones sajonas también
en esto) en una ceremonia lenta, farragosa, mal planteada, pero que a todos los
padres y abuelos parecía embelesar cuando a mí se me antojaba un tostón.
Me mezclo poco con los demás padres. Prefiero mantenerme
a un lado. Sus manifestaciones públicas carecen de sentido crítico y están casi
siempre centradas en las calificaciones de los hijos, lo cual es un fracaso.
Pero en ocasiones soy civilizado y me mezclo. Y en uno de tales momentos
escuché, nuevamente, ese mantra de lo bien preparados que están nuestros hijos
porque saben manejar el móvil, la consola, YouTube y el twitter, y para colmo
saben inglés y practican deportes… ¡Y un huevo duro!, pensé yo. Saben muy pocas
cosas porque se les enseña poco y, además, ese poco se encuentra continuamente
en revisión a la baja. Hay más enseñanza fuera de las clases que dentro. Y
fuera lo que se busca son experiencias intensas y continuas: las labores para las
que se precisa sosiego y paciencia, como aprender, parecen un rollo y son
aparcadas sine die.
Aprender jugando: la nueva norma, de consecuencias
devastadoras, pero irrebatible. Porque, ¿qué puede haber de emocionante en leer
cuando las historias de la tele contienen todo tipo de detalles visuales? ¿Por
qué aprender la aburrida historia de los reyes peninsulares si las genealogías
inventadas para esos juegos con tronos son mucho más enrevesadas y divertidas?
¿Por qué aprender la práctica lingüística o científica, repetitiva y latosa, cuando
por común acuerdo solo se valora aquello que sirve para aprender un oficio y
ganar dinero, pues el desarrollo intelectual no cuenta?
Hace poco leí que la enseñanza está en contradicción con
el mundo de hoy por su oposición a la rapidez y lo inmediato. Pero no solo la
enseñanza en las aulas. También la de nuestras casas. Nosotros mismos estamos totalmente
contaminados de apetitos repentinos y protegemos a nuestros hijos pensando que
el esfuerzo o la cultura les sobrevendrán difusamente del cielo que cubre esta sociedad
de oportunidades y tecnología.
La educación y el conocimiento han pasado a ser consecuencia
del entorno, no son ni motor impulsor ni parte esencial del mismo. De ahí que piense que vamos a vivir un muy
breve estío en nuestras vidas. Y un largo, muy largo y desesperanzador otoño,
en el que todo poco a poco se impregne de frío y oscuridad.