viernes, 3 de junio de 2016

Noctívagos

Ya es junio. Otra vez. El cielo lo sabe y se despeja. Las gentes ya frecuentan las calles. Dejamos de vivir de espaldas al mar (hay quienes viven siempre dentro de él, en cascarones repletos de pesca). El último sol de la primavera empuja a la noche y la achica. Cuantas menos horas contengan las tinieblas, más las recorreremos. No necesitamos vampiros: somos noctívagos. Pasamos sueño. Las sábanas tornan rutas selváticas. Las almohadas, meditación catártica. Una marejada de impaciencias puebla la oscuridad. El despunte del alba renueva las pulsiones.  Las mañanas ya no avanzan con cuidado. Tras ellas, el mediodía aplana, aplasta como se chafa a una oruga, sin remisión de la pena. Surge un ajetreo de copas y platos en las terrazas, entre plazas y calles, colonizadas por gaznates y risas alborozados, como un resalsero de olas renacientes que se esconden del mar océano. Muy pronto las horas centrales del día se volverán asfixiantes.
Hay algo en este mes, desde siempre, que me fascina. Final del curso. Inicio del verano. Más luz. Calor incipiente… Son sintagmas todos ellos no sé muy bien en torno a qué articulados. Posiblemente en la precognición del estío en ciernes. Nos favorece la holganza veraniega, pero salvo por el canto de la chicharra y la canícula, la poética la aporta realmente este mes de junio que ahora arranca. Si se piensa bien, hay poco de elegía en el desorden de la arena eclipsada por toallas y cuerpos al sol. Es más bien prosaico, de una basteza que, no por asumida, deja de parecerme procaz.
Aún falta algo para todo ello, tenemos el deber de deleitarnos ahora con la musicalidad de un mes que reina sobre la panoplia de dioses mitológicos, que invoca en su transcurso a que crezcan todas las maravillas gestadas durante los meses vernales previos, un mes de fácil olvido, aún silencioso ante los estruendos de julio y agosto. Merece la pena, por todo ello, que no es poco, olvidar que ha de librarse en este mes, en unos días, no sé cuántos, ya ni me importa, una contienda. Ninguno de quienes en ella combaten piensa señalar el reloj de sol o portar una antorcha encendida. Seremos nosotros quienes les alumbremos, a ellos, cuando nazca el verano, que por tal razón seremos prontamente olvidados.
El día soleado y la noche fría. El mar aún destemplado. La montaña reverdecida. Hojas de Santa María aromatizando. La jara con flores. El monte, accesible. Ya es junio. El cielo lo sabe. Nosotros nos vamos dando cuenta.