viernes, 10 de junio de 2016

Parlanchines

No son pocas las veces que me preguntan por mi "desafección", esa palabreja que ha pasado a designar indignados, pasotas, decepcionados o hartos. En no menos ocasiones aludo a la política de vía estrecha perpetrada en el parlamento, al egoísmo de los próceres, a la baja calidad democrática de los partidos políticos, al elefancíaco entramado institucional inventado por unos y otros, a las mentiras que excitan a los electores (las promesas electorales) o la desvergüenza de los muchos andobas metidos en política no para mejorar el país sino pillar cacho (poder) como sea.

Y esto suelo responder, como digo arriba, porque suena bien y son argumentos que aúnan consensos en las discusiones y le hacen pasar a uno por un tipo responsable. Pero la realidad es que me da igual porque hace tiempo deduje que todos juegan al mismo juego y ninguno sabe jugar distinto. Y lo necesitamos, pero estamos vendidos. ¿Saben ustedes el daño que causa la corrección política, o la simpleza de los retruécanos parlamentarios con que se dice siempre lo mismo, aunque sea del revés, seguramente por falta de altura de miras y una voluntad y valentía que ninguno de ellos posee ni en sus más húmedos sueños? ¿Entienden que tenga escasas ganas de este pasatiempo consistente en idear miles de maneras (llamadas leyes) con las que decirnos cómo pensar, actuar o rascarnos salva sea la parte, mientras se deja ir de rositas a los de siempre, que se hurgan la napia con el dedo que mejor alcanza, porque nadie sabe cómo meterles mano aunque se dejen? Que la palabrería alcance rango de ley no es preocupante, es un desastre.

Quiero que me dejen en paz. Y como no es posible, me resigno a ser correcto ciudadano de puertas para afuera, ácrata de puertas para adentro, y audaz semoviente cuando toca mirar alrededor, de los que han aprendido a no ver. Mejor cubrir de invisibilidad lo superfluo y seguir el propio camino como si no existiera lo mediocre, las verdades espurias o los lugares comunes (vértices de la decadencia). Nuestro declinar nace de un único sustrato: las masas acomodaticias que, no queriendo luchar por su libertad individual, no dudan en querer ser ajorradas por los líderes del pueblo, que son siempre o los más parlanchines (salvo excepciones, véase a don Mariano) o los que tienen más pasta en el caldero. Yo digo que es muy sano salir por piernas de tanto espanto. Mejor que le echen en cara a uno su intolerancia que pasarse de frenada, como es habitual.