viernes, 1 de julio de 2016

Rivera y su novela-río

La próxima semana les hablo del Brexit. Hoy me urgía confesarles que en las pasadas elecciones sí fui a votar, por Ciudadanos. Me explico. El tal Albert es un personaje de esos capaz de decir una cosa y la contraria en cuestión de horas, cierto, cuando debate pone cara de enfado perpetuo y su programa electoral es tan inservible como el del resto. Pero yo estaba convencido de la inutilidad del señor del otro partido emblemático, del peligro del señor de la coleta y de que a ese señor mayor que reprende al resto cual profesor hirsuto, y que iba a salir elegido, hay que ponerle un controlador. El tal Albert.
En el 96, al del bigote le faltaban 20 diputados para la mayoría y hubo de tragarse palabras y orgullo y buscar en el patriarca catalán el complemento vitamínico faltante. Y no fue mala decisión. Al señor que lee el Marca le faltan unos cuantos más y, aunque haya visto el pasado domingo por la noche palidecer a sus contrincantes, no tiene fácil formar un gobierno estable. Ignoro si acabará acoyuntado con el señor que respiró aliviado por no perder el segundo puesto, pero yo preferiría verle tragar sapos con el jovenzano catalán (que ha de tragarse igualmente los suyos) y que de una maldita vez en este país se haga algo de regeneración y reformas, que ya está bien.
En esas reformas, concretas, definidas, planificadas, con las que el Albert obligue al señor registrador, yace el futuro de su carrera. Y esta puede convertirse en una luenga y extensa novela-río en la que, por fin, se pongan las cimentaciones adecuadas para que nunca más vuelva a crecer en este país los hierbajos de la economía de tribuna futbolera, los amiguetes enroscados en empresas, las puertas que giran y no se detienen, las páginas del BOE taladradas en despachos ajenos, las corruptelas y los corruptazos. Esa es la labor de futuro que necesitamos si queremos ser algo, porque ahora mismo no somos nada, salvo un rastro del pasado sin huella alguna orientada al futuro.
Nadie volverá a confiar en el tal Albert si, en lugar de encender las calderas al máximo, se dedica a culembrear en el puente de mando volviéndose irrelevante, es decir, mediocre. España necesita modernidad, saneamiento, democracia, y un sinfín de cosas buenas a las que nos hemos acostumbrado a mirar de refilón desde la lejanía. Hace falta política, de la buena, no el amancebamiento de los dos grandes que, tanto monta, monta tanto, comen de las mismas cloacas y la misma corrupción.