viernes, 9 de septiembre de 2016

Falsificaciones históricas

Anne Frank murió de tifus a la edad de quince años en el campo de concentración de Bergen-Belsen, en la Baja Sajonia alemana, semanas antes de su clausura. Un chivatazo permitió a la Gestapo encontrar el anexo de la fábrica de pectinas del Prinsengracht, o Canal del Príncipe, en Amsterdam, donde permanecía oculta junto con su familia y cuatro personas más. De la familia, solo sobreviviría su padre Otto.
Tras el Holocausto, Otto Frank dispuso del cuaderno de su hija y aseguró el legado. Creó el museo Casa de Anne Frank, donde se puede visitar tanto las dependencias como el tristemente famoso escondite en el que vivió oculta. Tres años después, Otto creó la Fundación Anne Frank en Basilea, Suiza, por aquello de pagar menos impuestos, cuyo objeto no es otro que cobrar los derechos de autor del diario y distribuir las ganancias a organizaciones benéficas como Unicef. Finalmente Otto acabó legando el diario al estado holandés.
Un diario controvertido, pues el Sr. Frank no publicó los textos manuscritos de su hija, sino que encargó al escritor judío Meyer Levin la elaboración de la obra por todos conocida. Si Otto Frank hubiese sido tan solo el editor del diario, los derechos de propiedad intelectual permitirían la libre difusión del texto a partir del 1 de enero. Pero la coautoría lo impide y significa que, además, en efecto, nos han estado mintiendo durante años por mucho que desde la fundación expliquen que el padre solo cortó, pegó, ordenó y adecentó el diario (olvidan al Sr. Levin). El caso es que los derechos se reactivan hasta que se cumplan 70 años de la muerte del Sr. Frank, ocurrida en 1980. O más, porque Mirjam Pressler revisó, editó y añadió en 1991 una cuarta parte del material incluido en la "Edición definitiva del diario de Anne Frank". Sus derechos de autor fueron transferidos igualmente a la fundación.
Poco importa la autoría del diario. Me vale lo mismo tanto si lo escribió Anne como si lo pergeñó por entero otra persona. Bergen-Belsen, Auschwitz, Majdanek o Treblinka siguen manifestando con su silencio el oprobio padecido por millones de personas. Lamentablemente, hay quienes viven creyendo que el Holocausto fue un mito y se basan en discusiones estúpidas como esta para afirmarlo.  Claro que también los hay que, antes que honrar a las verdaderas víctimas, parecen buscar solo la prevalencia de sus lucrativos tinglados.
Como diría Anne, "¿por qué los adultos disputan tan fácilmente?"