viernes, 7 de octubre de 2016

Alepo

El régimen de Damasco continúa destrozando la antaño esplendorosa Alepo con sus bombas, reduciéndola a añicos. ¿No ha visto las imágenes? Deje a un lado las tribulaciones sociatas y fíjese otra vez en lo que sigue perpetrándose en Siria. Cada vez que tornamos la mirada, aparece una nueva atrocidad. No sé quiénes son los valientes que siguen transmitiendo las terribles imágenes de cuerpos destrozados y escombros como tumbas. Pero ahí están, aunque les hagamos poco caso…
Me pregunto por qué no somos capaces de detener esta carnicería que ya cumple un lustro. ¿Acaso el apoyo de iraníes y rusos nos resta valor, o es una simple cuestión de indecisión? Si Europa logró aplacar la guerra en Ucrania, pese a las embestidas de Putin, ¿por qué no intenta algo similar en Siria? La guerra en los Balcanes representó una de las mayores ignominias de la inoperante diplomacia europea y, por ende, de todos nosotros. Dijimos que no lo volveríamos a consentir. Y lo estamos consintiendo. No sé si por omisión, por resignación o porque, en realidad, nos importa un carajo. Tal vez por un poco de todo. Así somos en Europa: cuando no nos matamos con fiereza, nos dedicamos a encogernos de hombros frente a los problemas ajenos. La Europa individualizada que intentó doblegar Hitler no dudó en elevar su petición de ayuda allende los mares. Pero la Europa Unida que nació del terror hitleriano no quiere responder a las agónicas peticiones de auxilio que llegan desde Siria, desde los escombros de Alepo, desde las gargantas agonizantes de la población masacrada por una fuerza bruta demoníaca a la que no importa otra cosa que su destino.
Algunos reportajes hablan de ensañamiento medieval y lluvia de fuego en el cielo de Alepo. Y mientras el fósforo es arrojado desde los cielos sobre las personas, y los convoyes de ayuda humanitaria de la ONU son volados por los aires, en alguna parte unos negociadores se acusan mutuamente del fracaso de un alto el fuego que jamás ha deseado Damasco. Hay ocasiones en que a uno se le nubla el entendimiento con los modos de la diplomacia. Pero ya se sabe que una cosa es la muerte y el destrozo humano, y otra la letra de unos acuerdos que ya ni se sabe qué persiguen.
La Historia dirá qué fue del país que una vez fue capital del más grande imperio jamás conocido, que construyó la grandiosa Mezquita de los Omeyas. El presente dicta que, como en tantas otras ocasiones, los desatinos de un loco demoníaco aún tardarán en ser extinguidos.