Le escribo a mi amigo inglés: “el discurso de Theresa May
es preocupante”. Me responde de inmediato: “Los políticos son siempre
preocupantes. Ha pronunciado ciertas palabras para salvaguardar su liderazgo.
Nadie sabe lo que nos deparará el futuro. Mis amigos vinculados a la política
me piden que espere hasta ver qué sucede. Lo único cierto es que la situación
mañana no será la que conocimos en el pasado”. Leyendo el discurso de la
primera ministra, uno sospecha que las cosas no van tan despacio: hay xenofobia,
fundamentalismo, intervencionismo. En una palabra: paletadas de populismo. Algo
ha de haber en el enaltecimiento de lo popular cuando incluso entre los conservadores
bretones, siempre tan apegados a la flema y a la liberalidad económica, arrampla
esta esquistosa corriente de pensamiento.
Para ser populista basta con dejarse llevar. Oigámoslo en
Frederick Forsythe: “estoy harto de esos inmigrantes que vienen aquí con toda
la jeta a chupar del bote, mandar a sus hijos a nuestros colegios y utilizar la
sanidad pública sin aportar nada a cambio”. ¿Saben lo que es? Nacionalismo, nacionalismo
sin cordura, nacionalismo apestado de racismo, egoísmo y olvido. ¡Qué empeño en
devolver a los pueblos al pasado! Los talibanes han logrado hacer vivir a sus
gentes en el medievo y los conservadores británicos van a retrotraer a sus
ciudadanos a los años 70… ¿Tanto cuesta admitir que no es necesario devastar lo
construido para preservar ese valor intangible que es la identidad?
En aquel discurso se dice querer favorecer a los sin
trabajo a causa de tantos inmigrantes y se alude al cada vez más universalizado
“contrato social” de los jóvenes. Todo palabrería de la peor. No hay quien
entienda a los tories, a esta tory en particular. Habla en el mismo discurso de
libre comercio y de proteccionismo. Quiere ser la que esté más a la izquierda y
más a la derecha (ubicuamente), borrar de un plumazo a todos los demás. Otra
que ha encontrado la piedra filosofal de la política…
Lo tenemos en España y donde se juega al críquet. El
popularismo consiste en decir lo que se escucha en la calle y las redes
sociales por contradictorio que sea. Cuanto más confusas las proclamas, mejor. Que
enganchen, que parezcan vindicadoras de algo arraigado muy dentro y que hay que
defender con uñas y dientes por el provenir de nuestros hijos. De repente gobernar
en función de lugares comunes ha dejado de ser producto mediterráneo
caracterizado por la coleta.