viernes, 21 de octubre de 2016

British Isles

Le escribo a mi amigo inglés: “el discurso de Theresa May es preocupante”. Me responde de inmediato: “Los políticos son siempre preocupantes. Ha pronunciado ciertas palabras para salvaguardar su liderazgo. Nadie sabe lo que nos deparará el futuro. Mis amigos vinculados a la política me piden que espere hasta ver qué sucede. Lo único cierto es que la situación mañana no será la que conocimos en el pasado”. Leyendo el discurso de la primera ministra, uno sospecha que las cosas no van tan despacio: hay xenofobia, fundamentalismo, intervencionismo. En una palabra: paletadas de populismo. Algo ha de haber en el enaltecimiento de lo popular cuando incluso entre los conservadores bretones, siempre tan apegados a la flema y a la liberalidad económica, arrampla esta esquistosa corriente de pensamiento.
Para ser populista basta con dejarse llevar. Oigámoslo en Frederick Forsythe: “estoy harto de esos inmigrantes que vienen aquí con toda la jeta a chupar del bote, mandar a sus hijos a nuestros colegios y utilizar la sanidad pública sin aportar nada a cambio”. ¿Saben lo que es? Nacionalismo, nacionalismo sin cordura, nacionalismo apestado de racismo, egoísmo y olvido. ¡Qué empeño en devolver a los pueblos al pasado! Los talibanes han logrado hacer vivir a sus gentes en el medievo y los conservadores británicos van a retrotraer a sus ciudadanos a los años 70… ¿Tanto cuesta admitir que no es necesario devastar lo construido para preservar ese valor intangible que es la identidad?
En aquel discurso se dice querer favorecer a los sin trabajo a causa de tantos inmigrantes y se alude al cada vez más universalizado “contrato social” de los jóvenes. Todo palabrería de la peor. No hay quien entienda a los tories, a esta tory en particular. Habla en el mismo discurso de libre comercio y de proteccionismo. Quiere ser la que esté más a la izquierda y más a la derecha (ubicuamente), borrar de un plumazo a todos los demás. Otra que ha encontrado la piedra filosofal de la política…
Lo tenemos en España y donde se juega al críquet. El popularismo consiste en decir lo que se escucha en la calle y las redes sociales por contradictorio que sea. Cuanto más confusas las proclamas, mejor. Que enganchen, que parezcan vindicadoras de algo arraigado muy dentro y que hay que defender con uñas y dientes por el provenir de nuestros hijos. De repente gobernar en función de lugares comunes ha dejado de ser producto mediterráneo caracterizado por la coleta.