domingo, 20 de noviembre de 2016

Populismo a la argentina

Estoy en Buenos Aires por un congreso. Anoche fui invitado a un asador típico y, durante el trayecto, mi colega bonaerense, que maneja su vehículo con suavidad, me habla de lo sucedido en este país en los últimos cien años. Lo primero, establece el horizonte. Hace un siglo Argentina era el quinto país del mundo en términos de renta per cápita. Hoy ocupa un lugar variable entre los números 95 y 100. Toda la riqueza atesorada por su enorme capacidad para producir alimentos se ha diluido. Las causas son complejas, pero mi interlocutor, que se califica de liberal, apunta certero: el peronismo ha llevado a esta gloriosa nación a la ruina. Mientras desfilan por las ventanillas edificios fascinantes y la mansedumbre de felicidad de los viandantes que ocupan las aceras y los cafés y restaurantes (ciertamente Buenos Aires es perfecta de noche), voy escuchando atento las respuestas que Jorge, mi colega, desarrolla ante mis preguntas.

La primera. Ser peronista no es ser de izquierdas o derechas. Ser peronista es ser populista. Un tipo admirable, en lo bueno (poco) y lo malo (casi todo), este Perón, capaz de convencer a millones de argentinos, desde su exilio en Puerta de Hierro, que deben votar a su dentista como presidente de la República, y a quien, de inmediato, exige, y consigue, que le ceda el gobierno. Un político capaz de encandilar a los obreros con su discurso demagógico pero inyectadísimo de fervor. Un gobernante que habla de reparto de la riqueza y que distribuye bicicletas gratuitas a los obreros como muestra de praxis coherente con el discurso. Un presidente que nombra vicepresidenta a la cabaretera que desposó y hace creer a la población que Argentina es una nación grande, envidiada, e imponer un proteccionismo que ha de destrozarla desde dentro.

Nos horroriza el Brexit, Trump, los neonazis, Podemos y los independentistas, pero nada de todo ello es nuevo. La historia reciente se obstina en mostrar cuán frágiles son las convicciones democráticas de la ciudadanía una vez que la economía se tuerce, cuán repugnante es la actitud de las élites, cuán decepcionante es la praxis de una clase política sin formación que actúa por el propio interés.

Llegamos al restaurante. Desfilan los platos de asado. Me siento gástricamente feliz. Olvido a Perón. No olvido lo actual, por lejos que me encuentre. Los espetones no alumbran el futuro, pero amabilizan el presente. No me gusta la inquietud, pero creo que hemos de aprender a acostumbrarnos.