Ya saben mis lectores lo poco simpático que me parece
nuestro primer ministro (que no presidente) en funciones. Su nihilismo o
mineralización o como quieran llamarlo, junto a esa erística vacua e
ininteligible suya, con la que confronta con el sentir de la calle, son razones
suficientes para negarle, por mi parte, el pan y la sal de las urnas. Pero si
nos guiamos por la teoría de los contrarios, resulta que enfrente, allá donde
disputan unos cuantos la izquierdosa supremacía, lo que aparece es un caballero
al que conocen en su casa a la hora de comer y cuya única cualidad es querer
ser primer ministro por encima de todas las cosas, incluida su ideología (de
tenerla, que ya lo dudo).
En realidad, nunca le he dado crédito, para qué negarlo, pero
en horas bajas llegué a sopesar la opción de su despegue y aproximación a eso
que se llama “las fuertes convicciones”, que al fin y al cabo, no creo en
inmovilismos. Pues no. Viniendo a México, donde me encuentro ahora, topéme en
la prensa con que el caballerete había suscrito un plan de origen valenciano para
aunar la voluntad de toda la ribera izquierda de nuestro cauce parlamentario.
Un plan de esos que se engendran en diez minutos de ingenio como nunca antes
viérase en nuestras letras, y en el que se habla, por citar tres de los treinta
ejemplos, de la lucha multidimensional contra la pobreza (ahí queda eso), de agricultura
de proximidad (toma ya) y redistribución europea de la riqueza. Tela, que diría
el otro. ¿Y qué pasó con aquel otro plan, un poco mejor concebido, suscrito con
el líder de la ce mayúscula? Como en las mejores familias, la cosa debió acabar
en cuernos.
En fin. Que si la derecha se ha vuelto pija e insolidaria,
como dice un amigo, la izquierda ha devenido invento improvisado. Lo mire por
donde lo mire, en ese plan de treinta ladridos no encuentro sino una irresponsabilidad
proverbial y mediocre para alguien que aspira a gobernar este reino de locos.
No me extraña que muchos prefieran al señor que lee el Marca, ese que ha
descubierto que el sentido de la vida es la eterna espera, no vaya a salirle
algún corrupto más del saco (que siempre quedan), porque al de la coleta le
conocemos ya la impostura, quiero decir engaño, vestida de indignación para
mejor deglución del personal.
El del doctorado mantecoso, obsesionado por tocar poder monclovita, va a
la deriva y a nadie puede sorprender que haya acabado confundiendo el marxismo
con los chistes de Groucho.