En la sobremesa, mi madre ve uno de esos programas
insufribles donde se desgrana a diario las andanzas de un buen número de personajes,
tanto da que sean famosos o hijos de famosos que han optado por subirse al carro.
Mi madre se horroriza; yo le replico que es una actitud muy extendida. A millones
de personas en el mundo les encanta narrar en internet su anodina existencia (dónde
están, qué se ponen, cómo se peinan, en qué playa se bañan) para que otros millones
lo lean y aplaudan. Les mola ser acólitos de lo insustancial, lo más vulgar del
mundo: erigirse uno mismo, con su infinita insignificancia, en ejemplo de una
vida plana y sin atractivo.
La tele habla de una campaña en cierta localidad
valenciana contra los abusos a mujeres que participan en una idiotez con
tomates que lleva lustros celebrándose. Hablo de los tocamientos y agresiones
subsiguientes. Qué error de campaña: en vez de interpelar a las alimañas que
aprovechan el caos para meter mano a las féminas, tanto a las que (libremente)
se dejan como a las que (libremente) no, lo que se hace es decirle a las
víctimas que no admitan vejaciones, agresiones, que denuncien… De repente, la
responsabilidad recae en la mujer.
Supongo que es difícil hacer entender a los animales que
manosear las tetas de una chica no está bien. Sobre todo cuando vivimos en un
sistema que lo alienta y que recibe la aprobación mayoritaria porque todo se
justifica como ejemplo de libertad. Pocos ven que la publicidad incita tanto a
comprar un producto como a disfrutar de la mujer que lo anuncia. ¿Por qué si no
tantas chicas jóvenes y no tan jóvenes publican fotos con escasa o ninguna ropa
en las redes sociales con el solo objetivo de exhibir las lozanas facturas de su
cuerpo y recibir todo tipo de piropos? No les cabe en la cabeza que no solo están
ejerciendo su libertad, están reforzando la idea de que las mujeres son, sobre
todo, bellos animales al servicio del hombre.
Estas varices curten nuestra epidermis. La percepción de
que las féminas son el descanso del guerrero es algo aún incardinado en nuestra
antropología. Pobre de quien lo discuta: será tachado de retrógrado y anticuado.
El arte como razón de la vulgaridad. Lo vulgar como forma de engreimiento. El
engreimiento como renuncia a la privacidad. Hombres y mujeres, en pleno siglo
XXI, siguen asumiendo todos los cánones del machismo, de los más obsoletos a
los más modernos. A ver quién ataja entonces a la marabunta que ruge.