viernes, 24 de febrero de 2017

En manos de idiotas

Así habló Revilla. Cual Zaratustra. Con su desparpajo característico. Con ese gracejo cántabro acostumbrado. Cual decidor de verdades incómodas y adagios de perogrullo. O bien somos idiotas o estamos en manos de idiotas. Tal cual.
Si yo llamase idiotas a los prebostes de la energía en España, porque de energía solar iba el asunto de la idiocia propia o ajena (una, otra, quién sabe si ambas: la disyuntiva lógica admite la ambivalencia), si les llamase idiotas, prosigo, más pronto que tarde me tildarían ustedes, y otros, de maleducado, lenguaraz, faltón e inapropiado. Pensarlo puedo, porque la libertad resueltamente se esconde en los entresijos y pliegues del córtex cuando no le queda otra conducta. Pero decirlo es harina de costal muy ajeno. Además, no quiero que se me relacione con el listado millonario y habitual de los vocingleros de las redes sociales, esos que lo mismo sueltan esputos lingüísticos que mientan a la madre del guarro, con perdón, con tal de ocupar posiciones en la farragosa batalla del comentario internáutico.
Y créanme. Lo pienso. Sí. Lo pienso. Mucho siglo XXI y mucha fanfarria con la sostenibilidad, pero aquí se legisla en favor de los enchufes y bombillas de toda la vida y se hunde, hasta donde el fango se vuelve molecular, el empeño por lo renovable, ese que, luego, en Bruselas y donde mejor cuadre, defienden con ferocidad de lobo estepario por un quítame allá ese Tokio. Y no hay derecho. Y si lo hay, clama al cielo, que diría aquel. A los de la cartera les gusta el sol porque aporta turismo, pero de extraerle un ahorrillo previa inversión poco iberdrólica, nada. Que al contrario no se le da ni el negro de las uñas. Y para eso hacen girar las puertas de las sinecuras.
Si hablásemos de volver a la lucilina o a iluminar la cena con hachones, pase. Pero no se trata de eso, sino de que cada cual, porque tiene posibles o simplemente abnegación renovable, pueda en su casa o negocio proveerse de recursos a todos accesibles sin que venga el ministro de turno a impedirlo con ingeniosos litigios y tasas. Pero probado queda que, con cualquier gobierno que elijamos, la cosa va de recortar casi siempre las libertades individuales y casi siempre aumentar los impuestos (salvo en periodo electoral, cuando se anuncia lo contrario sin revelar el ulterior incumplimiento).
El cántabro tiene razón. Aunque me temo que no estamos en manos de idiotas, sino de listos muy peligrosos que solo tienen oídos para unos pocos.