Lo de España es un carajal de aúpame y no te menees, donde
no vuelan las gaviotas, sino los cuchillos, y no crecen las rosas, sino los
hongos del estiércol. No es la corrupción. Tampoco las intrigas palaciegas con
sus filtraciones, grabaciones secretas, micrófonos, puñaladas... Lo es todo.
Está todo descontrolado. Una a una, las evidencias de por sí infames, tanto que
causan repugnancia, no explican por qué sucede lo que está sucediendo.
Si miramos arriba, al empíreo, contemplamos a un ser
pusilánime, apocado, timorato: el de la Moncloa es un semi-dios controvertido por
su inherente incapacidad para guiar, para liderar, para convencer, para hacer
cambiar. Ni a los suyos, ni a los otros. A nadie. De su inmovilismo se
aprovechan los seguidores, que se mueven lenta, pero inexorablemente, como una
marabunta tumultuosa que lo devora todo a su paso. Esta devoración deja tras de
sí un reguero de corrupción y ruindad que lo anega todo.
También arriba, un poco más a la izquierda, se mueve otra
masa de gente gritona e iracunda, enfrentada entre sí, a causa de, aquí
también, un vacío de poder absoluto. Causa pavor, aunque uno sospecha que no
podría ser de otro modo, que en el enfrentamiento se estén midiendo las fuerzas
dos emperadores desnudos: uno mujer, gobernanta, ambigua, imprecisa,
establecida y encajada en los mecanismos de su partido; otro, un derrocado,
hombre, sin discurso ni talento, azuzador de conciencias, revanchista.
Y si atisbamos alrededor, se perciben más masas de gente
gritona, extremista, que hacen del enfrentamiento su única convicción, unas
veces sustentada en prolijos conceptos segregacionistas de difícil manejo y
peor praxis (nada más hipnótico que un destino impreciso, nada más esclavizante
que inadvertirlo) y otras en obsolescencias ideológicas antisistema que, de
llevar a alguna parte, es al desastre absoluto. Unos y otros, desafiantes de
este Estado emponzoñado en su inutilidad orgánica y su miedo a la gobernanza en
libertad, se aprovechan de él y lo emplean para alcanzar los fines y metas que,
improvisadamente, se van creando.
Lo de este país es como una esquizofrenia. Fracturación,
intrigas, deslealtades, corrupción. Han de llegar los bárbaros y acabar con el
imperio. El carajal patrio anuncia el fin de las libertades y el
establecimiento del extremismo. Quienes podrían hacer frente a la inminente
invasión, que lo destrozará todo, están muy ocupados librando sus propias
sucias guerras internas.