Los llamamos héroes para diluir su valentía en lo legendario.
Los llamamos héroes porque todos nosotros, los demás, nos sabemos cobardes. La
cobardía atenaza, paraliza, te hace agachar la cabeza y salir corriendo en
sentido contrario, cuanto más lejos, mejor. Eso hacemos: agachar la cerviz y
dejar en pompa el occipital. Por Julio César sabemos que se necesitan tres
soldados para desemboscar uno. Sin emboscada, atacar solo a tres desgraciados
provistos de armas es sentencia de muerte. Pero el valiente recalcula,
inconscientemente, las probabilidades y decide hacer lo nadie hace: defenderse
él o defender a otro, sin huir. Le cuesta la vida porque la cobardía de todos
nosotros nos impide unir fuerzas a su alrededor.
A las otras víctimas no las calificamos de héroes, sino de
pobres desgraciados que se encontraban en el lugar equivocado cuando no debían.
Si a todas las víctimas las llamásemos héroes (porque lo son, de alguna manera)
y realmente su leyenda nos impeliese valor y fortaleza, arrasaríamos a toda
esta panda de energúmenos animalizados e idiotas que conviven entre nosotros y
no tienen otro alimento que el odio y el desprecio por los demás que no son
como ellos.
Les llamamos héroes para acallar nuestra conciencia, para
no sentir el oprobio que sentimos los que somos cobardes e incapaces de enfrentar
al enemigo. Hemos creado los cuerpos de policía y los ejércitos y las armas y
con ellos aplacamos nuestra cobardía. Pero no es bastante. Porque les
permitimos llegar hasta donde estamos, y que no acepten nuestra cultura, y que
avasallen nuestras costumbres, y que nos destruyan.
El terrorismo islámico lleva años declarando la guerra
desde dentro y desde fuera, es tanto su odio y su rencor, tanta la inquina
salmodiada en oraciones a un dios inexistente, como todos los dioses, tan
visceral su aborrecimiento de nosotros y nuestro capitalismo y caprichos y
bienestares, y tan universal nuestra cobardía relativista, que de entre
nosotros solo surgen líderes incapaces de articular otra reacción que los
repetidos y cansinos mensajes de solidaridad y de condena y de firmeza y de
apoyo y del no pasarán…
Los tenemos por héroes, pero su voz está acallada. Siempre hablan los de
siempre y los demás, los cobardes que tanto nos indignamos, les escuchamos
cuando en realidad tendríamos que tapar los oídos para no contaminar la poca
valentía que nos surja al rememorar, durante un breve tiempo impreciso, a un
héroe como Ignacio Echeverría.