Les escribo desde Ciudad de México (CDMX), esto es, les
escribo desde una urbe desorbitada donde viven, en toda la zona metropolitana,
25 millones de personas. Si han volado alguna vez hasta aquí, y han reparado en
las ventanillas al aterrizar, habrán visto que el avión sobrevuela casas y
avenidas durante los veinte minutos previos a tomar tierra, y que todo en
derredor son casas y más casas, calles y avenidas, hasta las sierras que rodean
el valle, totalmente sembrado de edificios.
Uno piensa que este nivel de densidad poblacional, que
convierte a CDMX en la ingente aglomeración urbana que es, la mayor de todo el
mundo hispanohablante, solo puede gestionarse mediante infraestructuras
eficientes y bien desarrolladas. Pero no. Como suele suceder en prácticamente
toda Latinoamérica, los sistemas de comunicaciones son un escollo continuo para
la comodidad ciudadana y el desarrollo económico. No existe mantenimiento (las
calles son un socavón continuado), el caos circulatorio es constante y los
vehículos juegan a sortear obstáculos (baches, viandantes, otros vehículos…).
A lo largo de esta semana, y estando inmersos en la
estación de lluvias, he visto cómo a diario las rutas viarias han quedado
anegadas por el agua que se acumula y no drena por parte alguna, produciéndose
atascos que váyase usted a reír de los que ha podido sufrir en Madrid, Bilbao o
Barcelona. Cuando se pregunta a los conductores (taxis, Uber) acerca de la
inexistencia de sistemas de drenaje, todos ellos se encogen de hombros y aluden
a la corrupción gubernamental para justificar las involuciones. En las noticias
se mencionan los estragos originados por las inundaciones, las cascadas, los
ríos rápidos y el granizo. Pero en México la población se encuentra tan
acostumbrada a la recurrencia de estos desastres que apenas se levanta la voz
para demandar mejores servicios. Los políticos llevan 40 años proyectando obras
faraónicas para paliar estos desastres, pero parece que se les sigue
adelantando el cambio climático.
Quizá hayamos construido en España demasiadas autopistas,
pero las infraestructuras no son solo las carreteras. Contemplo con desánimo la
(nueva) merma en inversión en fomento y comparo nuestro confort con la denodada
lucha del ciudadano mexicano para superar los obstáculos y el agua. Para mí la
cuestión crucial es que ellos, los mexicanos, no se detuvieron. Nosotros tal
vez sí lo hubiésemos hecho. No lo sé. Aquí parece todo tan dinámico…