viernes, 8 de septiembre de 2017

Por fin

Cinco años de agotadora agitación ha necesitado Cataluña para escenificar, penosamente, en un parlamento semivacío y embrollado, su primer paso hacia la independencia. La sublevación no ha alzado las armas (dice mi hermano que, sin ellas, las revoluciones son un timo) y el Gobierno se limita a recurrir al tecé, que no al ejército (más propio para una invasión que para mitigar una insurgencia).
Tarradellas ha quedado en el olvido. La borrasca antisistema que gobierna en Cataluña ha acallado las voces de una clase media que, como ninguna otra, acaso solo la vasca, supo ser próspera. La izquierda revolucionaria, que llama al asalto y se dirige a las clases catalanas menos pudientes con estruendoso ruido, ensordece el juego político y convierte en tontos patanes, aunque útiles, a quienes están en el Govern como tristes evidencias de un pasado de moderación muy productivo. Si el futuro de la Cataluña independiente pasa por estos iconoclastas, los catalanes tienen un problema.
Lo llaman democracia, pero solo porque tienen un lugar donde reunirse y urnas. Algunos los acusan de practicar un golpe de estado, pero… Cataluña no es un estado, como tampoco lo es Euskadi. Son soberanistas que, por una mínima aritmética, han decidido comportarse al margen de las leyes que los han ubicado en sede parlamentaria. Sin solemnidad ni vergüenza, tal vez porque no saben qué hacer el día 2 de octubre. Improvisan sobre un lienzo nunca antes escrito. Moncloa advierte de la dictadura que sobrevuela Cataluña. Yo quiero advertir a Moncloa que es en ese palacio donde reside el garante último de la legitimidad constitucional española. Tantos años de indolencia tiene consecuencias. Prodigioso nunca ha sido el señor Brey, para qué engañarnos…
De tener una posición incomparable dentro de España, y haberse erigido en numerosas ocasiones en su verdadero árbitro, Cataluña ha decidido forzar al Gobierno de Madrid, cuando jamás Madrid se ha atrevido a hacer lo mismo con Cataluña (palabras de Calvet, director de La Vanguardia, del 6 de octubre de 1934). La farsa de la independencia por collons no tiene remedio ni va a producir héroes enaltecidos. El sueño de gloria en que han rendido sus esperanzas fracasará porque, por fin, han decidido dejarse de soplapolleces parlamentarias y, como en el chiste, verán venírseles encima todos los indios, los mismos que, hasta el momento, no se habían puesto de acuerdo en hacer algo digno de una lección de Historia.