En ciertos institutos la impartición de las asignaturas
específicas depende del número de alumnos que las soliciten. Entre este tipo de
asignaturas se encuentran Cultura Clásica y Filosofía. No todos los estudiantes
interesados en ellas las podrán cursar, porque si no hay un mínimo número
inscrito sencillamente no se imparten; los enamorados de las letras, por
ejemplo, habrán de someterse a la dictadura de quienes prefieren informática o
educación audiovisual, que a nadie sorprenderá que sea una amplia mayoría.
Claro está, depende del instituto o colegio. Cuando muchos
sedicentes gurús pedagógicos recomiendan que la enseñanza escolar se dedique a
preparar a los alumnos para el mercado laboral, están justificando que en numerosos
centros educativos la II República o la Guerra Civil apenas sean abordados, por
ejemplo, o que los alumnos sean incapaces de diferenciar el grado de incidencia
de los rayos del sol en invierno y verano. El sistema educativo ha devenido tan
mutilado como inservible para construir ciudadanos.
Profesores y estudiantes viven continuamente en interregnos
de leyes educativas. A muchos docentes con los que trato resulta harto
frustrante ejercer su magisterio porque los currículos son absurdos y
cambiantes. ¿Cómo explicar que la dichosa psicopedagogía, capaz de decir en un
mismo informe una cosa y su contraria, ha calcinado las aulas hasta
convertirlas en un pozo de tristeza y desmotivación? El problema, claro está,
no se encuentra solo en las aulas. La enormidad del número de padres
sobreprotectores, con sus estúpidas demandas, o la tiranía de lo políticamente
correcto, capaz de aniquilar de un plumazo toda curiosidad intelectual en los
estudiantes, son factores que anulan el prestigio del saber y proscriben el
rigor o la excelencia. ¿Debe asombrarnos, como enunciaba en el primer párrafo,
el desinterés absoluto de los estudiantes por aprender? Hay chavales que se ven
a sí mismos antes como prisioneros que como seres potencialmente brillantes en
lo intelectual.
Me temo que las vergüenzas y miserias de nuestro sistema educativo no
dejarán de aflorar. No hay nada tan hermoso como enseñar, ni nada tan
entretenido como aprender. Es lo que nos conforma como humanos, por eso desde
las aulas han de construirse mejores ciudadanos para mejores sociedades.
Imagino que suena utópico, pero de la ignorancia funcional solo se alimentan
desastres como Donald Trump o Marine Le Pen. Pero oiga: como quien oye llover.