viernes, 1 de septiembre de 2017

Un mes para olvidar

Un agosto para olvidar. Por el atentado en Barcelona, por supuesto. Y después, por todo lo demás. Todo lo demás comienza al día siguiente, casi diría que aquella misma tarde.
Los muertos fueron rápidamente olvidados. Qué tristeza. Qué poca cosa somos. Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris. Diez días después, cuando miles de personas se reúnen para decir, quizá por última vez, que no olvidan, y cuando solo el silencio (casi el último reducto de consenso que nos queda) debió hablar, muchos no quisieron callarse ni guardar las banderas en su casa. La marcha no ocuparía más de hora y media en la vida de cualquier persona. Al parecer, noventa minutos sin mostrar, donde fuere, que hay un oprobio mayor que la más abyecta malignidad del ser humano, ocupa lo que cuenta un capítulo de Historia. De ahí los gritos, los pitidos, los insultos, los abucheos, las caras rabiosas y los esputos de toda una jauría humana para quien vapulear al que sigue vivo es más importante que todas las víctimas. Si son esas sus creencias, o al menos su comportamiento, ¿hace falta explicar por qué me indignan tanto? ¿Era “No tinc por” o “No tenim por de res”?
La decencia también fue olvidada. Se aclamaron a los héroes. Se impuso la pena de muerte (¿soy acaso el único a quien le parece abominable que se disparase a matar contra los terroristas?). Se alzaron los elegidos sobre todos los demás. En realidad, ocultaron los infinitos errores y mintieron con descaro. Frente al dragón coleando solo cabe asentir, pero una vez abatido el miserable bicho la verdad reluce. La Generalitat estaba alertada sobre posible un atentado en Las Ramblas por parte del Estado Islámico. Eso fue el 25 de mayo. Tras la devastación del 17 de agosto, en repetidas ocasiones su presidente, su consejero de Interior y el aclamado responsable de los Mossos lo negaron. Que mienta un político es algo acostumbrado, pero que lo haga la máxima autoridad del cuerpo policial no tiene justificación.
No sé ustedes, pero yo me siento terriblemente agotado de contemplar una y otra vez (y han sido muchas las veces ya, lamentablemente) a nuestros prebostes con total incapacidad para actuar como representantes de la ciudadanía en los momentos críticos. Anteponen sus peleas y el rédito político a cualquier consideración de dignidad cívica. Ocurre en ambas orillas del río político y no creo que vaya a dejar de suceder. Es agotador. Y, de verdad, no lo merecemos. Es, para olvidarles…