sábado, 25 de noviembre de 2017

Presagios

Fukuyama reconocía que las democracias contemporáneas se enfrentarían a problemas muy serios (droga, delincuencia, daños medioambientales, consumismo frívolo), ninguno irresoluble. Desafortunadamente, todo este nivel de riqueza, de consumo ostentoso y superfluo, el reemplazo de lo productivo por transacciones financieras y sus consecuencias en la gobernanza de países y ciudades ha distorsionado la vida humana de un modo casi impúdico hasta hacer caso omiso a los problemas más acuciantes de las personas: entendemos los privilegios privados, sí, pero somos incapaces de ver la miseria pública en que incurrimos. No somos una sociedad adulta, estamos contagiados de estéril adolescencia.
Parece una fuerza transformadora, pero no lo es por su carácter destructivo: y por ingenua, resulta peligrosa hasta la alucinación. Priorizamos lo material, nos volcamos en objetivos inmediatos, encontramos seguridad en lo más intrascendente y vivimos en un estado de ansiedad crónica. Para colmo, pese a que nuestra civilización está superpoblada, nuestras vidas son extremadamente solitarias y con tendencia a la fragmentación. Fukuyama predijo que el excesivo individualismo sería nuestra mayor vulnerabilidad y que cualquier sociedad interesada en la constante abolición de valores y principios básicos se sumiría en una creciente desorganización hasta ser incapaz de llevar a cabo tareas conjuntas y alcanzar objetivos comunes.
Interpretemos correctamente al bueno de Fukuyama. El individualismo no solo responde al concepto de ciudadanía (familias disfuncionales, padres que incumplen sus obligaciones, vecinos insolidarios, etc.); en la gobernanza encontraremos las causas en que viene navegando el independentismo, cuyo desparpajo institucional sorprende tanto como inquieta: el Estado no es solo una imposición sobre las vidas y deseos de sus conmilitones, algo más o menos cierto, sino un ente al que hay que aniquilar con toda la artillería posible, desde la gestión pública a la que acceden hasta las contestaciones más propias de revueltas totalitarias que de debates parlamentarios (alusiones a la represión, violencia, coerción… siempre externas).
Es un fracaso, pero no del admonitor Fukuyama, sino de toda nuestra acomplejada y egoísta sociedad civil que ha reemplazado el conocimiento por el ultra-desarrollismo tecnológico y los valores por innumerables ideologías, a cual más ramplona. Presagios todos ellos de extremismos: el secesionismo es solo un ejemplo.