Así habló Revilla. Cual Zaratustra. Con su desparpajo
característico. Con ese gracejo cántabro acostumbrado. Cual decidor de verdades
incómodas y adagios de perogrullo. O bien somos idiotas o estamos en manos de
idiotas. Tal cual.
Si yo llamase idiotas a los prebostes de la energía en
España, porque de energía solar iba el asunto de la idiocia propia o ajena
(una, otra, quién sabe si ambas: la disyuntiva lógica admite la ambivalencia),
si les llamase idiotas, prosigo, más pronto que tarde me tildarían ustedes, y
otros, de maleducado, lenguaraz, faltón e inapropiado. Pensarlo puedo, porque
la libertad resueltamente se esconde en los entresijos y pliegues del córtex
cuando no le queda otra conducta. Pero decirlo es harina de costal muy ajeno.
Además, no quiero que se me relacione con el listado millonario y habitual de
los vocingleros de las redes sociales, esos que lo mismo sueltan esputos
lingüísticos que mientan a la madre del guarro, con perdón, con tal de ocupar
posiciones en la farragosa batalla del comentario internáutico.
Y créanme. Lo pienso. Sí. Lo pienso. Mucho siglo XXI y
mucha fanfarria con la sostenibilidad, pero aquí se legisla en favor de los
enchufes y bombillas de toda la vida y se hunde, hasta donde el fango se vuelve
molecular, el empeño por lo renovable, ese que, luego, en Bruselas y donde
mejor cuadre, defienden con ferocidad de lobo estepario por un quítame allá ese
Tokio. Y no hay derecho. Y si lo hay, clama al cielo, que diría aquel. A los de
la cartera les gusta el sol porque aporta turismo, pero de extraerle un
ahorrillo previa inversión poco iberdrólica, nada. Que al contrario no se le da
ni el negro de las uñas. Y para eso hacen girar las puertas de las sinecuras.
Si hablásemos de volver a la lucilina o a iluminar la cena
con hachones, pase. Pero no se trata de eso, sino de que cada cual, porque
tiene posibles o simplemente abnegación renovable, pueda en su casa o negocio
proveerse de recursos a todos accesibles sin que venga el ministro de turno a
impedirlo con ingeniosos litigios y tasas. Pero probado queda que, con
cualquier gobierno que elijamos, la cosa va de recortar casi siempre las
libertades individuales y casi siempre aumentar los impuestos (salvo en periodo
electoral, cuando se anuncia lo contrario sin revelar el ulterior
incumplimiento).
El cántabro tiene razón. Aunque me temo que no estamos en manos de
idiotas, sino de listos muy peligrosos que solo tienen oídos para unos pocos.