Me
llama algunas semanas. No todas. En las contadas ocasiones que he querido
contactar yo con él, siempre encuentro su teléfono apagado. No creo que lo use
demasiado. Me lee en esta misma página desde hace años. Él es nacionalista:
pese a su origen burgalés, siente y piensa y habla como vasco. Es vasco. No es
de Burgos. Eso lo tengo muy claro. En algunos temas coincide conmigo, en otros
no coincide nada: la vida misma. Siempre atiendo sus llamadas y si no puedo en
ese momento responderle, a la menor oportunidad se la devuelvo. Cree que sabe lo
justo de mi vida, pero hemos atesorado a lo largo de estos años tantos minutos
de charla eventual, generalmente los viernes, que puedo afirmar sin error lo
mucho que sabe de mí.
La
semana pasada quise aprovechar su contacto para hablarle de mis nuevas circunstancias,
de mis cambios y mudanzas, de mi novísimo estado de felicidad… ponerle al día,
vaya. Pero sabía que su mujer llevaba un par de años luchando contra esa penosa
enfermedad que ninguno queremos nombrar y por simple educación le pregunté por
ella. Había fallecido. El fatal desenlace se había producido en el ínterin de
nuestras dos últimas conversaciones. Apenas pude decirle nada de cuanto quise
comunicarle. Pese a su aparente serenidad, mi amigo Alfonso se encontraba afligido
y roto, y yo debía aportarle ánimo y consuelo. Las nuevas, para mejor ocasión.
Es
el único lector con quien mantengo contacto directo. Con otros no me atrevo aún
a retomar la relación. Siento por Alfonso una simpatía profundamente humana y
su constancia en leerme y en criticarme o elogiarme me recuerda que, si algo es
invariable en nuestras vidas, ese algo debería ser siempre la bonhomía. En
ocasiones recibo emails, no muchos, mas no reconozco en ellos nada valioso. En
estos tiempos se confunde el derecho a expresar con la incapacidad a guardar
silencio. Cuando Alfonso me llama, cosa que no ocurre siempre, sé que su
palabra gozará tanto de valor como de significado. Porque en su mensaje está
incardinado el sentimiento de amistad. De este modo es como se construyen los
afectos.
Querido
Alfonso, si lees esta columna, por favor añade a los caracteres en ella
escritos todo el aprecio, admiración y simpatía que has larvado en mi espíritu
a lo largo de estos años. Y que sepas que siento hondamente tu pérdida y que no
me cabe la menor duda de la abnegación con que seguirás queriendo por el resto
de tu vida a quien fue tu esposa y compañera. Con cariño, Javier.